Luego de días
en donde se respiraba una incertidumbre dolorosa los rayos catódicos del
televisor reproducían una decisión autista inverosímil: De La Rúa
declaraba el estado de sitio. Yo vivía en mis dos ambientes de Montserrat de
San José y Belgrano primer piso contrafrente cuando el "aire y luz"
empezó a resonar con puteadas espontáneas de vecinos y ruidos de cacerolas (las
primeras cacerolas que no fueron la de los plazos fijos). El instinto liberador
me hizo salir a la calle doméstica: short, ojotas y remera. Cientos de
nosotros éramos escupidos en una suerte de peregrinaje. Avda. Belgrano, Entre
Ríos hasta el Congreso y de ahí las insensantes columnas de espíritus
hartos a Plaza de Mayo. Eran épocas en donde la masividad del celular aún
estaba lejos, pero con una suerte de brújula instintiva nos encontramos los que
queríamos encontrarnos. Pie en Avda. de Mayo, corridas y estampida por delante
mío y una bomba lacrimógena a pocos centímetros de mi pie izquierdo. Mi
confusión y sorpresa se aplacaron instantáneamente: sólo quería abrir los ojos
y poder respirar. Un hermoso desconocido me tomo de la mano y me apartó del
caos descansandome en Diagonal Sur e Yrigoyen. En el trajín mi cabeza caliente
no auguraba una herida la que empezó a arder y emanar pequeñas cantidades de
sangre. Todo eso no me inmovilizó. La tristeza, sí. Lloré sumida en la más
absoluta frustración y dolor.
Paula Murphy, @polamurphy
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