Recuerdo también lo que vino después, lo que fue lento pero que penetraba hondo. Una madre docente y un padre recientemente despedido de un sindicato de gastronómicos (entre las tantas paradojas). El miedo a los sueldos de centavos que llegaban sorpresivamente. La bicicleta para ir al colegio, incluso en días de lluvia, porque la única empresa de colectivos ya había desaparecido. Los trueques que se transformaron en el sistema paralelo de millones y en los que algunos podíamos jugar a ser burgueses, aunque sin dolares. La economía de guerra, solo que sin guerra (o si?). Una madre jefa de familia. El temprano despertar de mi vocación, marcado por el triste contexto (lo poco que puedo agradecer). Las asambleas de docentes en mi ciudad a las que asistía acompañando a mi madre y las marchas posteriores por las calles de un pueblo que miraba con hipocresía.
Hoy, miro hacia atrás con miedo. Pero también con sorpresa, porque aún me cuesta creer que "eso" pasó en mi país. Que "eso" fue real.
Y miro el pasado de reojo, para asegurarme de que está ahí, quietito. Porque sé que a "eso", no quiero volver.
Silvana Pérez
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