Sánguches de vacío, baño de estación de servicio, amistades extrañas que durarían pocas horas. La mañana llegó antes de lo pensado y con ella los primeros colados, que recibían insultos y agravios pero ningún tipo de amonestación. Llamaban la atención la falta de vallas, policías, seguridad o cualquier tipo de organización, pero estábamos en la burbuja y eran las siete de la mañana, difícil descifrar causas lógicas más que la desidia y la desprolijidad.
Las boleterías supuestamente debían abrirse a las diez, pero a las ocho arrancaron. Los recuerdos son difusos, no sé si corrimos con todos y nos amuchamos o si fuimos avanzando regularmente. La cola en un principio ocupaba un cordón y la mitad de la calle, luego lógicamente la ocupó toda. Creo recordar que la violencia en frente de las boleterías fue la que ocasionó que dejaran de venderlas. Claro, no había absolutamente nadie para organizar la venta de unas pocas entradas para un evento multitudinario que volvía a ocurrir después de treinta y cinco años.
Cansados, frustrados, sin entender por qué cuernos no había nadie que se hiciera cargo de la situación, debatimos qué hacer. Por alguna razón decidimos que yo me iba a casa y mis hermanas se quedaban a ver qué hacían. Ese error no me lo olvido más, horas después, y contrariamente a lo que habían anunciado, retomaron la venta de entradas, pero ante la violencia de las situación mis enclenques congéneres no pudieron acceder a la boletería. Nunca dudé de que yo habría podido.
Cuando me desperté a la tarde supe de los saqueos y concluimos que era la causa de la escasez de canas (quizás la única vez en vida que prefería ver policías a no verlos). No participé de ninguno de los disturbios (tuve amigos que sí), las clases habían terminado y estaba con la cabeza en otro lado, pero sobre todo sentía que no era mi lucha. Éramos clase media pero tampoco teníamos tantos ahorros (ni ganas) como para pelear contra el corralito. En mi casa la anti-política nunca fue popular y esos lemas solo me hablaban de un clima desolador más que de una revolución. Eso sin contar que de revolucionario tengo poco y la represión me parecía un sin sentido como para encima ir a recibirla.
A Racing campeón lo vimos en el Cilindro. Mi viejo se quedó laburando y mi vieja tenía una reunión de trabajo (las dos mujeres con las que se vio en un momento le pidieron interrumpir para ver cómo iba le partido) así que fui con mis hermanas. Quizás la experiencia de juntarnos en la cancha de Racing fue mucho más emotiva, quizás por la situación del país parecía estúpido preocuparme por unas entradas, quizás verlo campeón hacía que me olvidara de todo.
No sé cuántas historias de Racing y diciembre del 2001 se habrán contado, para los que somos hinchas es una conexión ineludible, sea para bien o para mal (recuerdo la anécdota de Hernán Casciari viviéndolo desde España: http://www.youtube.com/watch?v=_VEYn3bXz34 ); yo lo viví intensamente y lo recuerdo con extrañeza y admiración. Y aunque sea un poco forzado, lo siento símbolo del país en el que nos tocó vivir.
Federico, @trk_z
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