El país no tenía destino ni futuro pero yo no tenía entrada para el día de la vuelta olímpica y esto sí que era una situación de crisis. No entrar a la cancha ese día no se parecía al fin; era el fin en sí.
Las entradas se pusieron a la venta el día miércoles 19 de diciembre. Sí, el mismo día en que se desataban los episodios.
Mientras el vocabulario del país giraba en torno a palabras como cacerolazos, corralito, blindaje, saqueos, devaluación; el mío lo hacía en torno a populares, reventa, conseguir una carnet de Vélez, colarse, coimear a un rati. La gente temía por el futuro del uno a uno; yo temía por el futuro del paso a paso.
Los noticieros iban de un móvil a otro para mostrar los disturbios y saqueos que sucedían en decenas de lugares del país y entre ellos se incluían las boleterías de la sede de Avellaneda de Racing Club.
La idea de ir a sacar la entrada como hijo de buen vecino se abortó rápidamente. Los disturbios escalaron en intensidad y magnitud cuando las entradas se agotaron a las pocas horas de iniciada la venta.
Ese miércoles por la tarde llegó el llamado providencial: “pasá a buscar por las oficinas de Blanquiceleste que te van a dar dos plateas; ah y garpalas”.
El Jueves 20 de diciembre al mediodía era la hora pautada para retirar las entradas en las oficinas ubicadas en el microcentro. El trámite fue rápido tanto como llegar a ese lugar ubicado en un lugar imposible de la ciudad. No había tráfico, calles cortadas. Algo raro estaba pasando; Racing estaba por salir campeón.
Martín Romero
No hay comentarios:
Publicar un comentario