A la hora indicada me fui hacia el Maimónides donde me atendió un seguridad que me miró como diciendo ¿dónde vivís? y me avisó que el acto se había suspendido así que me fui a una reunión del equipo de prensa de Patria Libre a pocas cuadras de allí, a la cual iba a faltar a causa del acto suspendido.
En esa época no había redes sociales y muchos ni siquiera teníamos celulares así que mientras charlábamos sobre la crisis que estábamos viviendo y qué hacer ignorábamos el discurso de De la Rúa y la declaración del Estado de Sitio. Cuando salimos había montículos de basura incendiados en las calles, gente en las esquinas. Fuimos en el auto de un compañero hasta Rojas y Avellaneda donde nos bajamos. Ahí ya había más gente con cacerolas y aplaudiendo. Casi con vergüenza me acerqué a una señora mayor y le pregunté por qué protestaban que me miró como diciendo ¿Dónde vivís? Un poco colorado me puse a hacer ruido con lo que encontraba.
Después de un rato rumbié para la estación Caballito para volver al oeste cuando vi una marea humana en Rivadavia. Recién ahí me di cuenta de la magnitud de lo que estaba pasando, que no era una protesta más y me enteré del estado de sitio. Llamé a la vieja para decirle que no iba a dormir y que no se preocupara. En el barrio todo estaba tranquilo.
Encaré por Rivadavia hacia la Plaza de Mayo, cada tanto se armaba una especie de asamblea y seguíamos. Acoyte y Rivadavia se convirtió en una de las esquinas emblemáticas. A medida que avanzábamos nos encontrábamos con algún conocido de la militancia, no importaban los partidos, estábamos todos igualados. También nos cruzábamos con mucha gente de la Facultad de Sociales con la que habíamos compartido otras luchas.
Nos íbamos enterando que mucha gente ya había llegado a la Plaza, que había represión, que otros iban para Olivos. Cuando llegamos a Plaza Once la columna se había raleado cuando de repente aparecieron cientos más por una trasversal y todo volvió a empezar. Así llegamos al Congreso donde nos encontramos con espectáculo impresionante. Miles y miles de personas ocupando las escalinatas y las plazas haciendo ruido con lo que pudieran, con decenas de banderas celeste y blancas, gritando “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
No pudimos llegar a Plaza de Mayo, la represión nos alcanzó antes, nos fuimos encontrando con compañeros y compañeras, todos los que habíamos estado en la reunión nos volvimos a encontrar en la calle, y dos terminaron la noche en la comisaría.
20 de diciembre
Si el 19 fue el día de los vecinos y
vecinas indignados/as el 20 fue el día de la juventud (yo todavía podía entrar
en esa categoría creo).
Como a la noche no había podido volver a
Ituzaingó me fui a dormir a lo de un compañero. Me levanté agotado por las corridas y los gases, me pegué un baño y salí con el
mismo traje de la noche anterior a tomar recuperatorios de diciembre. En el
Leloir me avisaron que se suspendían pero en el Maimónides se mantenían.
Me habían puesto en una mesa de …
¡Matemáticas! El examinado sabía más que yo, que encima tenía la cabeza en otro
lado. El asunto es que las profesoras hacían todo lo posible por salvar a uno
de los alumnos y le iban agregando ejercicios para ver si aprobaba, mientras yo
me dormía sentado. En un momento cruzo a un kiosco en busca de un café que me
mantuviera despierto y ahí veo las imágenes de la represión a las Madres y a la
gente que empieza a ir a la Plaza. Volví
corriendo, les pedí que me dieran todas las planillas que había que firmar, que
se las firmaba en blanco confiando en ellas, pero que me iba en ese momento
porque no me aguantaba más.
Antes de ir a la Plaza necesitaba sacarme
ese traje molesto que llevaba puesto. Iba a pasar por el local de Patria Libre
pero con la cuestión del Estado de Sitio no sabía si eso podía convertirse en
una trampa así que me fui a lo de un compañero (¡que se había vuelto a dormir
una siesta!) donde me puse unas bermudas (clásico de esas jornadas), zapatillas
y una remera, más aptas para las corridas. La mujer del compañero me proveyó de
limones, bicarbonato y un pañuelo para los gases y así salí.
De casualidad pasaba un taxi y me lo tomé
para llegar más rápido, cuando le dije “¡Al Obelisco! “ casi me baja a patadas
“¿No sabés lo que está pasando?” me dijo sobrador “SI, por eso”. Al final negociamos ir hasta donde diera. Y
dio hasta el Ministerio de Desarrollo Social, 9 de Julio y Belgrano. Ahí me
bajé, solo, sin conocer a nadie, pero parecía que todos nos conocíamos desde
hace año y nos movíamos como uno. Solo reconocí a gente que venía de la
Facultad de Lomas de Zamora y muchos de Sociales de la UBA sueltos. Con el
tiempo nos fuimos dando cuenta que el aporte de Sociales a la movida había sido muy importante sin ninguna
coordinación o preparación, todos fuimos ahí espontáneamente, incluso los
militantes que apenas llegaron a organizarse.
La mayoría eran jóvenes y por la forma en
que se movían y resistían la represión policial se notaba que ahí se
condensaban años de peleas en la cancha, razzias en recitales y enfrentamientos
más políticos durante la resistencia al menemismo. Cada uno aportaba su saber.
Lo que más me sorprendió fue la actitud de
los motoqueros, como dijo alguien que no recuerdo, fueron la infantería del
pueblo. Iban y venían contra los hidrantes y atrás íbamos el resto con lo que
se encontraba a mano, palos, piedras, alguna botella, alguien hasta apareció
con un Frezzita, se lo tomó y después lo tiró contra un patrullero. En esa zona
solo se rompieron bancos, no hubo saqueos. Nunca pude llegar al obelisco donde
sabía que estaban la mayoría de mis compañeros de militancia y donde la pelea
era mayor. Cuando ya caía la tarde
empezaron a dispararnos desde un auto de civil con revólveres. Eso y el ruido
metálico de las balas sobre la vereda nos convencieron que no eran de goma y
nos metimos por las calles internas protegiendo a algunos niños que habían ido
con sus padres. En la corrida terminamos en el lavadero de autos que está en
Santiago del Estero e Independencia, a dos cuadras de la actual sede de la
Facultad de Ciencias Sociales. Allí me enteré de que De la Rúa había renunciado
y sonreímos.
Pascual Calicchio, @pascualicchio
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